Blog de Jorge E. Betzhold

Friday, January 27, 2006

El nuevo modelo y las empresas

Cuando se observa la evolución de la economía chilena durante el desarrollo de esta fase de modernización capitalista, se puede comprobar que a medida que se fue restableciendo el equilibrio de las principales cuentas macroeconómicas y fue cobrando impulso una nueva fase de crecimiento, comenzó a producirse una progresiva mejoría de la imagen de este país en el contexto económico internacional. Esto se tradujo tanto en las respectivas calificaciones de riesgo-país, así como también en los rankings de competitividad, en los que Chile ha logrado ubicarse regularmente por encima del resto de los países latinoamericanos.

De esta manera se profundizó el nivel de articulación de Chile en la dinámica económica internacional, lo cual se reflejó en los indicadores de comercio internacional: entre 1982 y 1997 las exportaciones de bienes pasaron de 3.710 a 16.923 millones de dólares y las importaciones de 3.643 a 18.218 millones. Al mismo tiempo se produjo un importante crecimiento de la inversión extranjera directa (IED.)[1]

Pese a la ubicación marginal de la economía chilena en el mundo y a su modesta dimensión, la estabilidad lograda y los niveles de crecimiento alcanzados en este período, permitieron que la relación entre IED y PIB para el período 1990–1996 terminase siendo la más elevada entre las economías emergentes latinoamericanas.

Estos niveles de IED tuvieron como lógica consecuencia un persistente aumento de la participación del capital y de las empresas extranjeras en sectores claves de la economía nacional, tales como minería, telecomunicaciones, finanzas, electricidad, distribución comercial, consumo, turismo, etc. Es así, que para el año 2000 ya se estimaba que las empresas multinacionales eran responsables del 35% del total de las ventas en Chile.[2]

Si consideramos que, desde el punto de vista económico, la globalización es “ante todo (...) una cuestión de integración organizacional, que reposa sobre la coordinación de tareas y de funciones y la movilidad de recursos productivos interdependientes al interior de Redes de Producción Trans–Fronterizas”[3], se puede concluir que lo que comenzó a desencadenarse en Chile desde mediados de la década de los años setenta fue un sostenido proceso de cambio organizacional en el plano de las relaciones inter–empresariales.

Este fenómeno debe ser analizado teniendo en cuenta que, como señala Lefey, en el nuevo escenario son las empresas las que producen y efectúan lo esencial de las relaciones económicas entre los territorios, básicamente mediante tres mecanismos diferentes: a) el comercio internacional inter–empresas, b) la inversión directa en el extranjero y c) la organización internacional en red.[4]

Desde esta perspectiva, puede afirmarse que lo que ocurrió en Chile fue que las empresas más transnacionalizadas comenzaron a aprovechar en su beneficio las reglas del juego establecidas por la estrategia de liberalización económica que, justamente, establecía como uno de sus objetivos centrales explícitos, transformar al capital privado en el protagonista central del proceso de acumulación y crecimiento.

De esta manera, con la creciente presencia de estas empresas y actividades se fue imponiendo en la médula del aparato productivo chileno una nueva arquitectura productiva, en la que coexiste una diversidad de formas de organización empresarial que corresponden a las transformaciones impuestas por la propia globalización.

En su conjunto, estas transformaciones configuran lo que Veltz denomina un modelo celular en red, donde se imponen como denominador común tres evoluciones fundamentales: a) la descomposición de las grandes empresas integradas verticalmente, b) la externalización creciente de las actividades consideradas como no estratégicas y c) la multiplicación al interior de las fábricas de unidades elementales semi–autónomas[5].

A medida que la propia modernización capitalista comenzó a perfilar en Chile un modelo productivo de esta naturaleza, la localización en el Área Metropolitana de Santiago de la mayoría de los nodos o eslabones de variadas redes productivas, comerciales y financieras incidió en una profunda transformación de la base económica metropolitana donde, en el marco de una creciente urbanización de la economía, se destaca una suerte de relativa desindustrialización y una progresiva terciarización. En especial, sobre todo en las instancias iniciales, la transformación quedó marcada por el inevitable ocaso de la industria sustitutiva, que había sido el protagonista central de la economía metropolitana por varias décadas.

Los diversos cambios que afectaron a la estructura nacional de producción y del empleo en este período cristalizaron en un progresivo movimiento hacia el estímulo de los mercados terciarios de la economía, que se aprecia fuertemente en la economía metropolitana. Así en los últimos 20 años la industria disminuyó su aporte al PIB de la Región Metropolitana un 7%, en tanto el sector servicios aumento casi un 8%. En el sector servicios los cambios se observan básicamente en la ganancia de participación de transporte y comunicaciones, servicios financieros, y servicios personales, mientras perdió participación todo lo relativo a administración pública[6]. Por otra parte, continuó el repliegue de los sectores que se habían ubicado como sectores líderes a lo largo del período industrial–desarrollista, como es el caso de algunas de las industrias más dinámicas volcadas al mercado interno. Con ello, aunado a una creciente externalización, el sector industrial disminuyó su participación en sus aportes al PIB y al empleo, en comparación a los que tenía al comienzo de esta fase.

En su reemplazo, se fue constituyendo una industria más moderna, dinámica, competitiva y mucho más apta para su concurrencia en un mercado en el que se estaba produciendo una invasión de mercaderías industriales a bajo precio, especialmente de procedencia asiática.

Pese a estas transformaciones en la industria metropolitana emergente todavía predominan sectores tradicionales orientados fundamentalmente, por una parte a la producción para el mercado interno y, por otra parte, al procesamiento de semi–manufacturas para la exportación basadas en recursos naturales. Más que en la estructura ínter industrial, la modernización se observa en el plano organizacional (especialmente externalización y flexibilización del trabajo) y en la introducción de nuevos equipamiento.

[1] De Mattos, C., Santiago de Chile de Cara a la Globalización, PUC, Santiago, 2002.
[2] De Mattos, C., Santiago de Chile de Cara a la Globalización, PUC, Santiago, 2002.
[3] Guilhon, B., Les Firmes Globales, Editions Economica, Paris, 1998, Pág. 97.
[4] Lefey, G., Comprendre la Mondialisation, Editions Economica, París, 1996, Pág. 37-49.
[5] Veltz, P., Le Nouveau Monde Industriel, Editions Gillimard, París, 2000, Pág. 178-192.
[6] Banco Central de Chile, Anuario de Cuentas Nacionales 1997, Santiago, 1998.